Tras siete años refugiado al otro lado del Atlántico, en 1983 Alfredo Zitarrosa volvió al Río de la Plata. Primero hizo pié en Buenos Aires, tomando impulso antes del salto que pegó al año siguiente para plantarse de regreso en Montevideo.
El primero de los recitales que ofreció en esta orilla tuvo lugar a comienzos de julio en el estadio Obras Sanitarias. Las palabras de apertura fueron: “Queridos hermanos, queridos hermanos uruguayos, queridos hermanos argentinos, queridos hermanos quienes no sean uruguayos ni argentinos: La ausencia ha sido larga, el exilio es duro. Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, muchísimas gracias. Ojalá a partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra”.
De inmediato, Emi Odeón sacó en discos y cassetes la grabación en vivo de aquellas noches memorables. A través de mis padres, “Zitarrosa en Argentina” cayó a mis oídos. Allí su canto se encontró tan a gusto que adquirió un tiempo compartido de por vida con las voces de Mercury, García, McCartney y otros admirables por el estilo.
El primero de los recitales que ofreció en esta orilla tuvo lugar a comienzos de julio en el estadio Obras Sanitarias. Las palabras de apertura fueron: “Queridos hermanos, queridos hermanos uruguayos, queridos hermanos argentinos, queridos hermanos quienes no sean uruguayos ni argentinos: La ausencia ha sido larga, el exilio es duro. Mi canción tiene una sola razón de ser y son ustedes, muchísimas gracias. Ojalá a partir de esta noche, ustedes me autoricen a seguir cantando en nombre de mi tierra”.
De inmediato, Emi Odeón sacó en discos y cassetes la grabación en vivo de aquellas noches memorables. A través de mis padres, “Zitarrosa en Argentina” cayó a mis oídos. Allí su canto se encontró tan a gusto que adquirió un tiempo compartido de por vida con las voces de Mercury, García, McCartney y otros admirables por el estilo.
A finales de aquel año, tres días después de la asunción de Alfonsín, un martes 13 de diciembre el Frente Amplio del Uruguay celebró el cumpleaños de Líber Seregni con un concierto en la cancha de Excursionistas. El mismo se anunció con la presencia de Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa y Horacio Guarany.
Siendo que no eran gustos afines a mi barra de entonces, solito me trepé en el 55 hasta Barrancas de Belgrano. La cancha estaba a medio llenar. El campo adornado con banderas orientales y frenteamplistas, de los Sandinistas, del Farabundo Martí para la Liberación Nacional, del Partido y la Fede. Colgados del alambrado flameaban los estandartes consanguíneos de Cuba y Chile. Había un lindo sol aquella tarde. Apenas se escondió arrancó el show. Leídas las primeras adhesiones y saludos, de riguroso traje negro apareció Zitarrosa con sus guitarristas.
La anécdota que sigue bien vale un remate en su momento justo, razón por la que me adelanto a contar que Mercedes no pudo llegar a la cita, y que después de cerrar el telón de la velada, Guarany se retiró evitando con pésimos modales el cariño del público atraído hacia su rechoncha vanidad.
Para referirme a la actuación del yorugua apelo a la virtuosa metáfora descubierta en 1975 por el músico escocés Ian Anderson, flauta traversa y cantante de Jethro Tull, cuando en cierta entrevista promocional del LP “Minstrel in the gallery”, reflexionando acerca del precio de las entradas durante esa época cumbre del rock, y considerando que asistir a un concierto no podía costar más que algo esencial como una cena, expresó: “Nuestras entradas equivalen a una comida en el Ritz, y la gente que viene a vernos no va al Ritz. Seamos honestos, lo que nosotros ofrecemos es una buena hamburguesa. Mick Jagger ofrece dos”. Tomando en cuenta dicha escala, y sin olvidar que fue un show gratuito, lo que Zitarrosa ofreció en Excursionistas fue parrillada completa, con mollejas, chivito y canilla libre de Rutini.
Apenas terminó me mandé atrás del escenario. Entre la muchedumbre maravillada se fue abriendo la salida del cantor. Cuando lo ví, su rostro brillaba de alegría. Era como que sin tocarlo todos lo acariciaban, y como que él correspondía todos y cada uno de los cumplidos. Así, avanzando con la paciencia de un bote habituado a la densidad de arcilla del río Uruguay, Don Alfredo llegó hasta la margen mía. Con las agallas de mis 15 años me escabullí entre hombros y espaldas y quedé parado cabal enfrente de él. El tipo se detuvo, y se quedó mirándome con una sonrisa de oreja a oreja. Yo no debo haber sido más bajo que él, pero según recuerdo le extendí la mano como apuntando hacia el cielo. Zitarrosa abrió los brazos, y con un leve torcer de la cabeza engominada se me vino encima diciendo: “Me extraña amigazo…”.
Siendo que no eran gustos afines a mi barra de entonces, solito me trepé en el 55 hasta Barrancas de Belgrano. La cancha estaba a medio llenar. El campo adornado con banderas orientales y frenteamplistas, de los Sandinistas, del Farabundo Martí para la Liberación Nacional, del Partido y la Fede. Colgados del alambrado flameaban los estandartes consanguíneos de Cuba y Chile. Había un lindo sol aquella tarde. Apenas se escondió arrancó el show. Leídas las primeras adhesiones y saludos, de riguroso traje negro apareció Zitarrosa con sus guitarristas.
La anécdota que sigue bien vale un remate en su momento justo, razón por la que me adelanto a contar que Mercedes no pudo llegar a la cita, y que después de cerrar el telón de la velada, Guarany se retiró evitando con pésimos modales el cariño del público atraído hacia su rechoncha vanidad.
Para referirme a la actuación del yorugua apelo a la virtuosa metáfora descubierta en 1975 por el músico escocés Ian Anderson, flauta traversa y cantante de Jethro Tull, cuando en cierta entrevista promocional del LP “Minstrel in the gallery”, reflexionando acerca del precio de las entradas durante esa época cumbre del rock, y considerando que asistir a un concierto no podía costar más que algo esencial como una cena, expresó: “Nuestras entradas equivalen a una comida en el Ritz, y la gente que viene a vernos no va al Ritz. Seamos honestos, lo que nosotros ofrecemos es una buena hamburguesa. Mick Jagger ofrece dos”. Tomando en cuenta dicha escala, y sin olvidar que fue un show gratuito, lo que Zitarrosa ofreció en Excursionistas fue parrillada completa, con mollejas, chivito y canilla libre de Rutini.
Apenas terminó me mandé atrás del escenario. Entre la muchedumbre maravillada se fue abriendo la salida del cantor. Cuando lo ví, su rostro brillaba de alegría. Era como que sin tocarlo todos lo acariciaban, y como que él correspondía todos y cada uno de los cumplidos. Así, avanzando con la paciencia de un bote habituado a la densidad de arcilla del río Uruguay, Don Alfredo llegó hasta la margen mía. Con las agallas de mis 15 años me escabullí entre hombros y espaldas y quedé parado cabal enfrente de él. El tipo se detuvo, y se quedó mirándome con una sonrisa de oreja a oreja. Yo no debo haber sido más bajo que él, pero según recuerdo le extendí la mano como apuntando hacia el cielo. Zitarrosa abrió los brazos, y con un leve torcer de la cabeza engominada se me vino encima diciendo: “Me extraña amigazo…”.