Por Juan Bautista Echegaray
“Cuando miro hacia atrás considero que podría haberle dado algunos consejitos a Al Capone. Él, como gánster, a lo más que llegó fue a controlar con su banda tres distritos de Chicago. Yo, como marine, extendí mis operaciones en tres continentes”.
Smedley Darlington Butler, nacido en Pennsylvania en 1881, fue hasta su muerte en 1940 el oficial más popular de las tropas norteamericanas y el más condecorado en la historia militar de los Estados Unidos.
Su primera misión externa le llegó a los 19 años, cuando en 1898 fue destinado a Cuba poco después de que su país se apoderara de la Bahía de Guantánamo en plena guerra hispano-estadounidense. Al cabo de la misma, España debió ceder las Filipinas y Puerto Rico al control de los Estados Unidos, que consintió la independencia de Cuba a condición de mantener en Guantánamo la base armada que funciona hasta nuestros días.
Al año siguiente lo mandaron a Manila, donde se encargó de arrebatar de manos de los rebeldes filipinos conocidos como “insurrectos” el pueblo costeño de Noveleta. Durante su estadía, el joven oficial tuvo problemas con el alcohol y abandonó las Filipinas después de estamparse un enorme tatuaje que le cubría el torso desde la garganta hasta la ingle: un águila, un glóbo terráqueo y un ancla, el “Eagle, Globe, and Anchor”, emblema insignia de los Marines.
En 1900 fue asignado para sumar su país a la alianza multinacional que integrada por Japón, Rusia, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia y el imperio austrohúngaro, invadió China para sofocar el “levantamiento de los bóxers”, una rebelión popular surgida como reacción a las contínuas invasiones occidentales y japonesas, y contra los tratados desiguales y la influencia cultural que dichas naciones impusieron a la dinastía Qing. Cien mil rebeldes con sus familiares y simpatizantes cayeron bajo el fuego aliado. La prensa internacional se encargó de justificar ante el mundo la intervención, difamando al levantamiento como una violenta campaña de ataques en perjuicio de los extranjeros residentes en China.
A comienzos del siglo XX encontramos a Butler participando en las primeras Guerras Bananeras que el gobierno de los Estados Unidos esparcirá por Centroamérica en respaldo de la United Fruit Company, empresa que a lo largo del siglo se encargará de apadrinar una serie infinita de conspiraciones políticas y golpes de Estado, y que a finales de los sesenta pasará a propiedad de Zapata Petroleum Corporation, fundada por George H.W. Bush en 1953.
De modo que Butler pasó el año 1903 acampamentado en Honduras y permaneció en Nicaragua entre 1909 y 1912. Luego volvió a las Filipinas, donde sufrió de fuertes colapsos nerviosos y severas fiebres tropicales. Licenciado temporalmente del ejército retornó a los Estados Unidos, se casó, e intentó sin mucha suerte dedicarse a la minería en las tierras de Virginia. En 1914, mientras se hallaba destacado en Panamá con su familia, recibió la orden de reportarse en las costas de Veracruz, en el Golfo de México, con la orden de monitorear a los revolucionarios de Emiliano Zapata y realizar las averiguaciones necesarias para diseñar una nueva expedición militar norteamericana, ahora hacia el corazón de la bonita vecindad del tequila y los mariachis. Butler logró escabullirse hasta la capital camuflado como el empresario ferroviario “Mr. Johnson”. Allí logró medir con precisión la capacidad armada del ejército mexicano y actualizar correspondientemente los mapas adecuados para llevar a cabo la invasión. De regreso en Veracruz entregó los informes finales, pero la invasión se frustró cuando el gobierno mexicano mandó sus fuerzas navales a impedir la entrada de un barco norteamericano sospechado de llevar armas al puerto de Tampico, ciudad que ya por entonces contaba con enormes inversiones norteamericanas en la industria local del petróleo, y donde en 1926 se instalaría la primer embotelladora de Coca Cola en México.
El incidente de Tampico no pasó de un entredicho diplomático. Sin embargo, el 9 de abril del '14 los Marines desembarcaron en Veracruz, tomando la ciudad por seis meses bien ocupados en capturar puerta por puerta a los líderes de la resistencia. Pero al evaluar que su presencia invasora conspiraba contra el objetivo de aniquilar a los revolucionarios -un deseo común a ambos gobiernos- resolvieron marcharse. En el transcurso de la ocupación, Smedley Butler obtuvo su primera Medalla de Honor del Congreso.
En 1915, cuando los rebeldes haitianos conocidos como “Cacos” mataron al dictator Vilbrun Guillaume Sam, el gobierno de los Estados Unidos no titubeó en enviar los escuadrones al mando del Mayor Butler a ejercer inmediato control de la situación. La mayoría de los cacos fueron apresados o asesinados y la insurrección quedó desbaratada. Los servicios prestados en Haití coronaron a Butler con su segunda medalla de Honor del Congreso. La experiencia arrojada en cada uno de estos asaltos será recogida en “The Strategy and Tactics of Small Wars”, un práctico manual de adiestramiento para combates en pequeña escala. Tiempo después, el héroe de Haití rememoraba sus destrezas en los siguientes términos: “los cazamos como cerdos”.
"Captura de Fort Riviere, Haití, 1915"
por D. J. Neary; ilustración en la que aparecen el mayor Smedley Butler,
el sargento Iams, y el soldado Gross (USMC art collection)
Butler cumplió 37 años en 1918, momento en que su mortífera conciencia empezaba a dar signos de reproche, tanto que se resistió a ser asignado a los frentes de combate de la Primera Guerra Mundial. En los campos de Francia, Butler se concentró en mejorar las deplorables condiciones sanitarias en que se hacinaban los soldaditos reclutados por su gobierno para ir a morir a Europa.
Al final de la guerra devolvió todas sus medallas de honor y volvió a casa para convertir la base de Quantico en el más prestigioso destacamento militar de los Estados Unidos. En 1924, el presidente Calvin Coolidge lo convenció de aceptar el ofrecimiento de incorporarse a la administración gubernamental de Filadelfia, tarea que en un principio Butler había rechazado debido a la fama de corrupto que pesaba sobre el alcalde de la ciudad. Su debut como Director de Seguridad se produjo una noche en la Metropolitan Opera House, cuando hizo entrar por turnos a los 4000 policías de la ciudad y desde el escenario comunicó al público presente: “Aquí las cosas van a cambiar desde ahora”. En 48 horas, los policías de Butler allanaron, clausuraron y destruyeron 900 bares clandestinos. Butler dió de baja a decenas de policías comprados por el crimen organizado y ordenó el traslado de comisarías enteras desde una seccional a otra.
La popularidad de Smedley Butler hizo que un grupo de la oligarquía industrial, financiera y mediática intentara reclutarlo para protagonizar un golpe de Estado contra Franklin D. Roosevelt y sus leyes sociales anticrisis. Le propusieron encabezar una movilización al estilo fascista, integrada por 500 mil veteranos que marcharían sobre Washington para establecer un gobierno paralelo favorable sólo a la minoría millonaria. En 1934, Butler denunció este complot ante el Congreso, pero sus denuncias fueron silenciadas y sólo se confirmaron después de su muerte, cuando salió a la luz el informe secreto de la comisión parlamentaria que investigó el caso.
En cierta ocasión, poco antes de abandonar las fuerzas armadas, Butler chimentó que Benito Mussolini había atropellado un niño con su auto y que en vez de bajar en su auxilio apretó el acelerador. La diplomacia italiana elevó sus quejas y Butler se vio obligados a pedir disculpas públicas para evadir una Corte Marcial en su contra.
Butler aprovechó los últimos años de su vida para militar contra el aventurerismo del complejo militar industrial de los Estados Unidos y fue un frecuente orador en los actos y protestas organizados por círculos de veteranos, iglesias y organizaciones pacifistas.
En 1935 publicó su famoso libro “La guerra es una estafa”, donde denunciaba el uso de las fuerzas armadas de los Estados Unidos en beneficio de Wall Street y las grandes compañias norteamericanas, haciendo pagar el costo económico y humano de la guerra a los ciudadanos de su país.
“No hay truco en las mangas de los gángsters que la pandilla militar no conozca. Parecerá extraño que yo, como militar que soy, haga tal comparación. He servido durante 30 años y cuatro meses en las unidades más combativas de las fuerzas armadas norteamericanas: el Cuerpo de Marines. Tengo el sentimiento de haber actuado durante todo ese tiempo de guardaespaldas o matón altamente calificado al servicio de los grandes negocios del Wall Street y sus banqueros. Nos ha ido bastante bien con Luisiana, Florida, Texas, Hawai y California, y el Tío Sam pudo tragarse México, Centroamérica, Cuba y las islas de la India Occidental como si fueran postres, y sin intoxicarse. En una palabra, he sido un pandillero al servicio del capitalismo. En 1914 afirmé la seguridad de los intereses petroleros en Tampico, México. Contribuí a transformar Cuba en un país donde la gente del National City Bank pudiera robar tranquilamente. Entre 1909 y 1912 participé en la limpieza de Nicaragua por cuenta de la firma bancaria internacional Brown Brothers Harriman. En 1916, por pedido de las grandes azucareras norteamericanos, llevé luz y civilización a la República Dominicana. En 1903 enderecé Honduras para comodidad de nuestras compañías fruteras. En China afiancé los intereses de la Standard Oil y ayudé a que nadie se metiera con ella. Fui premiado con honores, medallas y ascensos.
Cuando miro hacia atrás considero que podría haberle dado algunos consejitos a Al Capone. Él, como gánster, a lo más que llegó fue a controlar con su banda tres distritos de Chicago. Yo, como marine, extendí mis operaciones en tres continentes. El problema es que cuando el dólar americano gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera”.