En la madrugada de hoy falleció Roberto Vallarino, quien el verano
pasado había cumplido 84 años
Para los que fuimos su familia, sus camaradas, sus amigos, el pesar de
la partida se consuela en la gratitud profunda de haberlo conocido, de haberlo querido
y disfrutado mucho. Nos toca dejar que el sol de este viernes porteño suba y
baje, remontándonos por los lugares y momentos compartidos a la luz
incandescente de su compañía
Lo conocí en los albores de mi adolescencia, hacia el final de la
dictadura, cuando apenas ingresado a la actividad política tuve la suerte de trabar
amistad con Ricky, su hijo mayor. Roberto era a su vez gran amigo y compañero de
mi viejo. El nexo entre los cuatro era el Partido Comunista, cuya militancia se
educaba desde antaño a tomar ciertas medidas de seguridad, algunas muy
rigurosas como ser la dirección, el teléfono y a menudo la identidad, tal es
así que “Roberto” era en realidad un pseudónimo escogido para despistar a los
perseguidores de “Ricardo” padre
La apertura democrática no significó bajar la guardia y pasar a prescindir
de las normas de precaución. Pero en el mutuo caso de los Vallarino y los
Echegaray su secreto domiciliario comenzó a tambalear cuando Ricardo y yo
empezamos a cruzarnos misteriosa y reiteradamente a bordo del 126, navegando
por Directorio rumbo al centro. Ricky subía antes que yo, pero a mi altura el
bondi llevaba ya la mitad del recorrido. Sin embargó resultó que éramos vecinos
del mismo barrio de Flores, que su parada era la anterior a la mía y que vivíamos
a tres cuadras
A finales de los ochenta Ricky suspendió sus estudios de medicina, cazó
una mochila y enfiló hacia el norte bordeando la Cordillera. Después del Machu
Pichu recaló en Ecuador, adonde le hice llegar a través de Roberto una carta estampillada
con un boleto capicúa de la línea rojiblanca que va de San Justo hasta el
Correo Central. Antes del viaje nos habíamos juntado a almorzar en un restaurante
de la calle Bonorino, a medio camino entre su casa y la mía. Por esos días se
estrenó Los Intocables, que las vitrinas de la Avenida Rivadavia promocionaron
de modo estupendo con una serie de afiches individuales para cada protagonista
principal: “Kevin Costner es Elliot Ness”, “Sean Connery es Jim Malone”,
“Robert De Niro es Al Capone”. Supongo que a partir del comentario apasionado
de la película fue que a Roberto empecé a llamarlo “Robert De Niro”, o
simplemente Robert. Además de la voz, la buena figura física y el Partido,
padre e hijo tenían en común su afición por el tabaco y acostumbraban comprar cada
mañana y cada uno por su cuenta dos atados de Marlboro que con plena nitidez recuerdo
apilados uno encima del otro sobre la mesa de aquel último encuentro. Tres años
más tarde, recién vuelto de las Islas Galápagos, él y su novia se encontraban
en Mar Del Plata trabajando como extras de cine, cuando el escape fatal de un viejo
calefón a gas los sorprendió tendidos en la cama, durmiendo para siempre juntos
el sueño del amor eterno
Zulema, la mamá de Ricky, nunca logró sobreponerse a la tragedia. Yo
heredé por ella y Robert un cariño de hijo que creció a medida que pasaba el
tiempo y se sucedían los cumpleaños, las navidades y otros lindos motivos de
festejo. Pero además el destino nos tenía reservada la oportunidad de reunirnos
con mayor frecuencia entre el 2010 y el 2012, cuando entre los tres recopilamos
y escribimos la biografía política de Robert, titulada “Medio siglo militando”.
Un trabajo hermoso que en ese lapso me permitió visitarlos semana a semana en
el departamento de José Bonifacio, adonde llegaba desde Quilmes en un tándem de
tren y subte, aprovechando la distancia de Varela hasta su hogar para repartir
mi ruta entre las callejuelas encantadoras del famoso barrio de Las Casitas
Baratas, construidas en el Bajo Flores durante la primera presidencia de Perón.
La caminata concluía sin dejar jamás de hacer un alto en el chino para comprar
una botella de buen tinto que nos mandábamos con la comida, después del laburo
Dicha experiencia fue un curso intensivo en historia argentina al cabo del
cual pude conocer y comprender mejor la labor del PC y del conjunto de las
organizaciones populares involucradas en la lucha gremial, estudiantil, vecinal,
parlamentaria, y del rol ejemplar cumplido por el Partido en su permanente
intento de unirlas, tarea en la que el propio Robert había destacado al punto
de convertirse en un mediador indispensable para la conformación de distintos
frentes e iniciativas como la derogación de las leyes de impunidad
Creo haber aprendido también que los viajes al interior del ayer sirven
para desanclar el porvenir de un ahora mareado de desaciertos, aciertos, grandes
éxitos y estrepitosos fracasos. Bucear en busca de respuestas, sumergirnos a
contemplar la vida submarina de nuestros más adorables tesoros y más magníficos
transatlánticos. Pronto es preciso salir a la superficie y respirar con confianza
en el horizonte, reimpulsados en la idea de construir y embarcar nuevas balsas
Zule se fue en el invierno del 2014. En este despedimos hoy a Robert.
Nadie mejor que él para burlarse de su propia muerte. Si ahorita le preguntara “¿Cómo
estás?”, respondería: “Si te digo mal, estoy fanfarroneando…”
Ya es bien de noche tarde, es sábado. Chau Robert