La inesperada partida de Patricio inundó de tristeza
el pasado invierno a quienes fuimos su familia, sus amigos, sus camaradas del
Partido Comunista, sus compañeras y compañeros de otras organizaciones hermanas
aquí en el país y alrededor del mundo. Fue despedido con honor por los
gobiernos de Cuba, Nicaragua, El Salvador, Venezuela, Bolivia, Vietnam. Se le
recordó con la más honda estima en mensajes enviados desde Colombia, Uruguay,
Paraguay, Brasil, Chile, la República Dominicana, Rusia, los Estados Unidos,
México. Esparcida en estos y otros maravillosos lugares sobrevive una huella de
sus pasos, dados con plena firmeza al compás de las luchas de nuestro tiempo
Su trayectoria es la de alguien que asume el momento histórico
crucial que le toca enfrentar, o sea: sostener con dolor el cadáver de la difunta
Unión Soviética que tantas generaciones de militantes habían ayudado a defender
pagando el altísimo precio de la proscripción, la discriminación, el desempleo,
la persecución, la cárcel y el
asesinato. De sostener la legitimidad de nuestra ideología y nuestra
organización ante el arrollo criminal y colosal de un imperio capitalista
exultante. Y como si esto fuera poco, de asumir además el deber de liderar un arduo,
público y ejemplar proceso de autocrítica partidaria que ninguna otra fuerza
del campo popular ha tenido hasta ahora el coraje de abordar
Su laboriosa proyección al plano internacional le valió
el respeto y la amistad de los hermanos Fidel y Raúl Castro, de Daniel Ortega y
el Frente Sandinista, de Schafik, Leonel, Ramiro y todo el Farabundo Martí, de Manuel
Marulanda y las FARC. Nomás por mencionar algunos “monstruos”
Entiendo que su reconocida capacidad diplomática se
basaba en el hecho fundamental de ser un hombre profundamente arraigado a su
patria. Y como tal, un memorioso recitador del Martín Fierro, una fuente de
referencia permanente e inagotable del refranero autóctono, un declarado
admirador del santafesino Carlos Monzón y del cordobés Mario Alberto Kempes, un
gozoso veraneante de las costas del Plata
Lo más difícil de la despedida fue para mí desandar
las cuadras y avenidas que hay entre mi casa y Constitución, las veredas, las
casas, los árboles y los cielos de la tarde que hice y deshice yendo y viniendo
del Hospital de Clínicas, donde un miércoles por la noche falleció y por donde
me he juramentado no volver a transitar nunca jamás
Pero ya pasó. La muerte pasó, y pasó el invierno. Después
vino y se fue también la primavera. Ahorita es verano. Un mal año finalmente termina.
Es entonces mi momento de intentar escribir esto y de retratarlo allá en cierto
instante muy claro de su juventud, parado en el medio de la vida
Es enero de 1983 y Patricio Eduardo Echegaray Sánchez
Balaguer Bordenave tiene 36 años
*
Mis padres nacieron en la provincia de San Juan y se
criaron al pié de la pre cordillera de Los Andes, en un pueblito adorable
llamado Jáchal, de esos con una plaza y una iglesia en el centro y donde todo el
mundo se conoce. Su primera vacación junto al mar les tocó recién de grandes,
ya casados y con dos hijos, cuando el Partido –que había organizado su traslado
a la Capital Federal para que Patricio asumiera la tarea de relaciones
políticas de la Fede– les asignó una quincena de recreo en San Clemente del
Tuyú, en una casita más que humilde ubicada a no menos de veinte cuadras de la
playa
Aunque desconocía lo que era zambullirse en aguas
abiertas, mi viejo era un buen nadador, un aficionado de la natación entre
otras varias disciplinas abarcadas en su pasión por el deporte, aún más
fervorosa que la revolucionaria, o como solía explicar: complementaria. Lo
primero fue pisar y sentir en los pies las arenas calientes del Tuyú, cruzar sus
formidables médanos, ver el mar. Lo segundo, entablar amistad con el bañero, de
quien recibió las orientaciones básicas indispensables para sortear sin peligro
la rompiente y pilotear a la vuelta el poderoso tirón de las corrientes,
eventualmente traicionero para el ignorante irrespetuoso de sus más elementales
secretos: “Si ves que te cuesta salir no pierdas la calma. A la larga el mar
siempre te saca”
Le gustaba meterse bien adentro, donde la serenidad
del mar permite ejercitar diversos estilos sin tener que batallar contra el
oleaje. Mientras tanto mi madre, mi hermanito y yo lo seguíamos desde la costa hasta
que le perdíamos el rastro, y a menudo caía la noche cuando, ya algo asustados,
hurgando en el horizonte en pos de su silueta, de pronto el tipo aparecía regresando
despacito por el borde de la playa, con sus patas de rana colgando de las manos,
con ese cansancio placentero que produce la nadada, con el feliz apetito del
asado, los mariscos, la pizza o lo que estuviera previsto en el menú playero de
la jornada
Yo tendría unos diez años cuando me llevó por primera
vez con él en una de sus excursiones oceánicas. A la ida respondí bastante bien,
pero a medida que ingresamos en alta mar mis fuerzas se fueron consumiendo
hasta quedar en cero. Entonces él tomó aire, se extendió con la cabeza
sumergida bajo el agua y quedó flotando como un considerable cetáceo peludo de
cien kilogramos de peso, conmigo subido a la cubierta de su lomo, donde logré
recuperarme y contemplar extasiado la inmensidad única del paisaje y la belleza
de nuestra aventura
Así salimos juntos muchas veces, yo ayudado por su paternal
espalda hasta que logré arreglármelas solo, a tal punto que años arriba tuve la
oportunidad de hacer y completar con enorme satisfacción el curso de
guardavidas
Después de San Clemente nos fuimos corriendo
hacia playas más al sur y una tras otra
se sucedieron inolvidables temporadas en La Lucila del Mar y San Bernardo,
hasta que en el estío del '83 recalamos en Mar de Ajó. Aquella vez yo pasé las
fiestas con mis abuelos del lejano oeste y llegué al mar unos días más tarde.
En ese lapso es que ocurre esta anécdota increíble
Según supe sucedió un domingo en horas del mediodía. En
dicha ocasión el bañista sanjuanino se animó a adentrarse más lejos que en
cualquiera de sus chapuzones anteriores. Y emprendiendo el retorno estaba
cuando de repente un manotazo golpeó contra un objeto indefinido que lo
paralizó del julepe. Al abrir los ojos, con la vista irritada por las sales
marinas se encontró ante sí con la alucinante presencia de un bebé de “tonina”,
como se designa a la especie de delfines domiciliada en la ribera atlántica de
Sudamérica
Al parecer el animalito se había desviado del curso de
la manada, había extraviado a su madre y se encontraba a la deriva, exhausto,
hambriento y probablemente malherido. Quizás atraído por la vibra y el calor mamífero
de Patricio Echegaray se arrimó hasta él y lo adoptó como a un padre, y como un
padre fue que mi viejo sostuvo a la criatura por debajo de sus axilas, cambiando
de una a la otra para descansar las brazadas, y lentamente la fue sacando sana
y salva de regreso hacia a la costa
Mi madre cuenta que ya empezaba a preocuparse como de
costumbre cuando de repente se armó un revuelo en la playa y todo el mundo corría
en dirección del agua hasta armarse una multitud eufórica de niños y grandes
que no paraban de señalar y sacar fotos a algo que ella no alcanzaba a
comprender, hasta que en el foco del tumulto halló a su marido de rodillas
abrazado al pequeño delfín. No menos de
dos horas se mantuvo acunándolo dentro del agua y procurando mantenerlo a
distancia de la muchedumbre toquetona, hasta ser ambos socorridos por un
destacamento del acuario Mundo Marino especialmente enviado desde San Clemente
*
Siento que aquel fantástico rescate pinta con nitidez el
bravo encanto de su alma, mejor incluso que las múltiples travesías por el
Amazonas en busca de Marulanda Vélez u otras muchas andanzas
Esta semana mi madre pudo volver a la costa
argentina y devolver su amor al mar, de manera que Patricio sea hoy infinitamente
parte del todo, del ayer y del mañana, del hasta siempre y pronto
Buen viaje, querido
JBE
31 de Diciembre, 2017
Domingo