lunes, 14 de junio de 2010

Luna rosada


Según mi experiencia, el ejercicio de la docencia proviene estimulado por un par complementario de satisfacciones básicas: el placer de asistir al aprendizaje de lo que enseñamos, y el placer de aprender mejor aquello que se enseña. La perfección del conocimiento es obra (y arte) de la cooperación escolar entre la parte maestra y la parte alumna, tal como lo comprobé una media tarde a finales del 2001 en Oslo con dos de mis estudiantes de guitarra y canto.

 
Eran compañeras de secundaria.  Llevaban conmigo una media docena de clases conjuntas, lo que iba de mis primeras nieves. La rubia se llamaba María y la morocha  Solveig, nombre de mujer vikinga que se pronuncia “Súlvai”. Éramos como quien dice un trío que se entendía hablando en un inglés apenas interrumpido por mis rudimentos iniciáticos de noruego. Para la ocasión les tocaba ofrecer una muestra de las habilidades musicales adquiridas hasta dicha tarde. María consiguió dominar la maldita vergüenza y ofreció una orgullosa “Blowin' in the Wind” que el profesor y la amiga disfrutaron y celebraron acorde al enorme triunfo que su interpretación significaba. Desde luego que no reparé en elogios. Las cosas bien pueden resultar perfectas aunque no estén más que bien.

A su turno, Solveig nos hizo “Pink moon”, de Nick Drake, que había sido el primer ejemplo de la primera lección: “Escúchenlo, porque de esto se trata todo...”. Con la oreja puesta en tal modelo fuimos avanzando sobre las coreografías que permiten al cuerpo unirse al instrumento para crear música. Ya desde el comienzo advertí de qué manera el encanto personal de Solveig se traducía en una gran facilidad para desplazarse sobre las cuerdas y en el contralto reposado que extraía de su garganta. Durante su ejecución de aquella tarde experimenté más que nada ese placer visceral que nos produce oír en vivo una canción entrañable. “Pink moon”, ahora en la voz de mi alumna, de una mujercita que le sacaba propio brillo a puro talento y espíritu rocanrolero. Sobre su arpegio de principiante lograba fundir el sonido en la imagen de una caminata a cuyos pasos ella iba confesando la letra como si fuera una huella. Cuando acabó me quedé un instante sonriendo en silencio, y encantado le pedí por favor que la tocara de nuevo.

Para la primavera boreal del año siguiente la historia de amor que me llevó hasta Escandinavia había terminado. Del otro lado del mundo la gama de colores primaverales va desde el marzo tardío a un junio profundo. Entre las flores de mayo debí recobrar otra vez la forma de un hombre solo, sin más alimento que un paquete de futuro abierto. Epílogo que coincidió con la chance de grabar un CD como trabajo final para la graduación de un ingeniero en sonido. El disco tomó el nombre de la calle de mi casa de Oslo: “Eventyrveien, la Calle de los Cuentos de Hadas”. El corte de apertura fue una versión de “Pink Moon”, inspirada en la versión de Solveig.

 

 
 
Lo vi escrito
y vi decirlo:
“La luna rosada está en camino”
y ninguno de ustedes es tan alto
la luna rosada los va a alcanzar a todos
es una rosada, sí
rosada luna
rosada, rosada, rosada, rosada
rosada, rosada
rosada luna rosada…
 


2 comentarios:

  1. que buena onda esa cancion chochan
    recuerdos lucilences imborrables en mi memoria, unas vacaciones inolvidables!!

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