Ya desde nuestras más tempranas andanzas de nietos, cuando los años duraban siglos y los días cuentos, nos fuimos enterando de que en el reino del tiempo había una hora muy lejana y misteriosa que sería la última. Aquel secreto a voces amenazaba terrible nuestras fuerzas infantiles todopoderosas. Pero entonces no le teníamos miedo al tiempo, y no le guardábamos ningún respeto por más estricto y severo que a la larga fuera. Aunque intuíamos que los abuelos estaban adelante de la odiosa fila, y hasta alguna vez sollozamos ese destino en sus brazos, teníamos a favor que mientras tanto faltaba muy mucho: muchas navidades, muchos regalos, brindis, besos de despedida, reencuentros, diplomas, orgullos, casamientos, muchos veranos con sus inviernos, cumpleaños, años nuevos, y hasta nietos y abuelos nuevos.
Dicho reinado de la edad ha transcurrido armonioso en casa de los Salinero, evidentemente agradecido por esa célebre hospitalidad que se respira desde la puerta siempre abierta de la calle Rawson, por donde hemos llegado y partido al mismo paso del paso del tiempo. Qué fácil es recordarse bienvenido por la voz pausada de la dueña de casa, y ser invitado a sentarse en los sillones de mimbre, esos que se corrían para lugar de las largas mesas del domingo y los asados. Hay a su alrededor tanta familia dichosa que conversa y rie agitando las copas de fiesta. Allí están mi Nona y mi Tata Gregorio, con su tocayo y consuegro, Don Goyo, hombre que es más amigo de la finca que del pueblo, a su lado y presidiendo la mesa. Por todo, la reunión y el recuerdo rebalsan de hermosura, y sobre todo porque está lleno de jachalleras. Moviéndose entre sus tronos a la cabecera y en la cocina, al cuidado de que nada falte sobre los manteles va la más linda de todas. Doña Argentina como el país se llama. Los días de novia le han quedado atrás, pero su peinado y su encanto han superado a la juventud con una victoria categórica y exquisita.
Cuentan mis primas que ayer, en la siesta del viernes, se les hizo presente aquella hora misteriosa de antaño, y que fue un momento tan absoluto de compañía que era posible atravesar juntos todo el tiempo a la velocidad de una nube. Y que así, en el mediodía de ayer, Doña Argentina se nos murió al cabo de abuela.
Estimado Juan Bautista: No sé por dónde empezar; si por las gracias, por ese bellísimo texto dedicado a Argentina (esa viejita hermosa que era mi tía), por las felicitaciones de rigor -por éste y los otros textos- o por la emoción de reencontrarte, aunque sea por este medio tan virtual que nos brinda esta globalización que a menudo puteamos.
ResponderEliminarEn fin, fue precisamente en la casa de mi tía Argentina donde nos conocimos cuando niños y realmente es para mí un placer poder enviarte un fuerte abrazo, después de tantos años.
(Aníbal Brusotti)
Querido Aníbal: aquellos días de conocernos y hacernos amigos de inmediato están ahí en el texto. También en el corazón, que suele aventajar a la memoria en materia de recuerdos. Están tu propia casa y familia, Don Brusotti, tu madre, tu hermana Daisy (nombre inolvidable si los hay) & the Big Bernardo. Tu inagotable curiosidad, aplicada a un sinfin de expediciones hacia el mundo en ciernes. Yo creo que hay la música, incluso un piano, pero sin dudas la tonalidad de tu voz. Por eso te decía que entre todo lo que no se borra no hay nada más a salvo que los surcos grabados con la calidez de esas palabras, que reeditadas en blog, mil años después, suenan con impecable fidelidad. Un gran abrazo, bienvenido, muchas muchas gracias por el comentario, y nos estamos viendo. Hasta pronto!
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