Días como estos llegan muy de vez en cuando, como aquel lunes lejano y nublado del 1º de julio de 1974 en que falleció Perón, que fue la fecha más triste en la vida del Tata, el tipo más noble del mundo, agricultor y peronista de la primerísima hora, mi abuelo. Yo estaba en primer grado. Apenas se supo la noticia nos juntaron en el patio de la escuela y nos mandaron de inmediato a casa. Las clases se suspendieron por el resto de aquella semana, que me quedó impregnada como excursión a través del limbo.
Veinte años después desperté en medio de la siesta cordobesa del domingo 1º de mayo de 1994, para ver cómo a bordo de un Williams con graves defectos de suspensión, punteando la carrera, Ayrton Senna se estrellaba contra los muros de Imola a 300 kilómetros por hora. Ya tenía edad para emocionarme y alcancé a llorar entera mi correspondiente parte de tristeza, tan sin fin como la que Tom Jobim pescó cantando frente al mar carioca con la primera línea de “A felicidade”.
A esa misma velocidad se detuvo el corazón de Schafik Hándal, gran jefe de la guerrilla salvadoreña. Fue una tarde de enero del 2006, bajando del avión que lo devolvía a su tierra tras asistir eufórico en La Paz a la primera asunción presidencial de Evo Morales. Le decían “el hombre”, debido acaso a la proeza de vencer, tanto por la vía del mate armado como sobre las tablas de la democracia, ni más ni menos que a Reagan y los Bush en pleno apogeo de sus reinos asesinos. Lo hizo con un puñado mestizo de peones, un par de mulas y el resguardo de dos torres volcánicas, todo bendito por un alfil de dios y una legión de combativas damas de ventaja. Llorando su despedida las calles embanderadas de El Salvador se tiñeron de rojo farabundo, y de su adiós de corazones renació inmortal Schafik, el hombre.
El mismo prodigio callejero aconteció estos últimos días en nuestro país. Es verdad que desconfié de los primeros pases allá por las elecciones del 2003. ¿Cómo no desconfiar de los trucos de Eduardo Duhalde? Pero a los pocos días me encontraba felicitando a mi almacenero santacruceño porque era verdaderamente un gusto la impresión causada por el nuevo presidente.
Me fui a Centroamérica, donde viví cuatro largos e inolvidables años. Salvo tragedias como las de Cromagnon y la partida de mi Nona para reunirse en descanso junto a su compañero el Tata, las noticias que seguía y me llegaban desde acá eran bastante buenas. Volví a comienzos del 2008, justo cuando empezaba el llamado “conflicto del campo”, al cabo del cual las aguas argentinas quedaron tan claramente divididas que bastó con abrir el debate sobre la ley de medios para que el bloque ideológico que aun pesaba sobre nuestras cabezas se partiera de manera irremediablemente histórica. Porque aunque nos queda muy mucho por avanzar, ya nada ni nadie son lo mismo. Ni Clarín, ni Cobos, ni Carrió, ni Duhalde, ni “el campo”. Ya no estamos a merced de su chamuyo, y estamos más claros, más animados a seguir creando juntos un presente y un futuro mejor.
Con dimensiones y colores de cielo, hemos visto estos días el renacimiento de un gran tipo, al que vamos a querer hasta el último de nuestros días con ese mismo cariño y respeto inexpugnable que mi abuelo tenía por Juan y Eva Perón y que hoy tenemos por Cristina. Hoy estamos más unidos, mejor predispuestos para las batallas que nos tocará enfrentar con paciencia y valentía.
La inmortalidad es así, una flor tan rara que brota muy de vez en cuando. Pucheriando frente al televisor comprendí estos días de limbo que mis creencias comunistas entrañan una suerte de politeísmo, en cuyo olimpo perduran un piloto brasileño, un cantante de Liverpool, el Che, y en un círculo más íntimo Ricky y el Walter Nora, los amigos que se murieron todavía más extrañamente jóvenes que aquellos ídolos. Ahorita se lo ve sonriente por ahí al flaco Néstor Kirchner, y doy gracias porque algunos otros sigan entre nosotros, fidelitos y diegueando.
Para mi prima María Paula
1º de noviembre de 2010, Quilmes, y lunes
muy bueno juan, muy expresivo de lo que muchos tenemos en la cabeza en momentos asi
ResponderEliminarSiempre un gusto encontrar tus comentarios Laureano. Abrazo!
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