En algún discurso de campaña pronunciado desde los micrófonos proselitistas de Nuevo Encuentro, una de mis candidatas a la legislatura porteña hace mención al “ibarrismo”. Para intentar concebir las dimensiones y cualidades semánticas que emanan de este sustantivo de imprecisa actualidad política, es preciso exhonerar aunque más no sea de manera sucinta a las principales relaciones de parentesco que el vocablo sugiere en su sentido puro.
La más venerable de tales acepciones refiere a la logia fanática del inmortal marcador de punta xeneixe Hugo “el Negro” Ibarra, designando con “ibarrismo” al credo futbolístico que durante años predicó la superioridad técnica, pectoral y goleadora del Negro sobre el Pupi Zanetti, perpetuo usurpador de la camiseta blanquiceleste número 4.
Una segunda noción de “ibarrismo”, igualmente entrelazada con el arte del balonpié, nos lleva a la alta escuela de periodismo que supo inspirar el inolvidable comentarista y conductor Néstor Ibarra.
Luego encontramos un significado de alcance culinario: “ibarrismo” como indicativo de preferencia en materia de aceites de oliva.
Ahora estamos en condiciones de aproximarnos a la definición de “ibarrismo” propiamente dicho, es decir la adhesión militante a uno u otro de los hermanos Ibarra:
a) seguidores de la honrada diputada Vilma Ibarra, tan hermosa ella.
b) espontáneos saludadores del ex intendente frepasista (La Barra de Ibarra).
¿Cuánto cotiza hoy un “¡Grande Aníbal!”?
No hay comentarios:
Publicar un comentario