Las compañeras y compañeros del PC despedimos la semana pasada a Fanny Edelman, presidenta de nuestro Partido, fallecida el martes a la edad de 101 años. Sobre la estela de su partida, en nuestros corazones, queda brillando la infinita luz de su alma, fuente sagrada de inspiración para seguir luchando por una sociedad cuyas riquezas naturales y productos del trabajo se compartan entre todos sus integrantes de manera solidaria, ecuánime y armónica.
Personalmente, me despido también de mi vecina, de la señora que vivía aquí a la vuelta, en el 429 de la calle Cochabamba, esquina Defensa. Merodeando por allí una tarde de febrero, Día de los Enamorados, me crucé casualmente con una de sus mejores amigas y camaradas, Tati, custodia personal de los archivos históricos del Partido Comunista, en la profundidad de los cuales –se cuenta– Osvaldo Bayer supo bucear una larga temporada. “Estoy aquí en lo de Fanny”, me explicó. Dicho encuentro fue la señal perfecta para reparar el trance solitario que me había deparado la fecha: aún podía regalarle a Fanny mis flores de San Valentín. Y así, con un ramo de margaritas blancas, llevo yo mi recuerdo barrial de ella, en su hogar, entre magníficas plantas interiores, libros, ventanales al sur y otro sinfín de íntimas cosas que ahora son el paisaje que más la extraña.
Días después la visité en su oficina del Comité Central para una breve entrevista documental ávida de saborear, de primera mano, algunas imágenes de la gran aventura vivida junto a los hombres y mujeres del mundo entero que se alistaron para defender a España de las armas del fascismo. Su memoria me condujo a 1936, el año en que murieron Lola Mora y Gardel:
Eran los tiempos del golpe de Uriburu y Justo cuando empecé a vincularme con los presos comunistas y anarquistas. Así me incorporé al Socorro Rojo, donde me propusieron afiliarme al Partido Comunista. Dije que sí sin saber qué era el comunismo ni cuáles eran sus ideales, pero empezando a comprender que la dictadura y su efecto sobre las condiciones de vida del pueblo tenían una relación íntima. Esos años fueron determinantes para mi futuro. Me convertí en una militante, y en el fragor de la lucha conocí al que sería mi compañero para siempre, Bernardo Edelman.
Bernardo era periodista de La Vanguardia, órgano de difusión del Partido Socialista, que en ese momento estaba sumido en una fuerte discusión interna destinada a fracturarlo. Tan así que Bernardo optó por madurar sus divergencias yendo a escribir para la prensa de la Federación Nacional de la Construcción, sindicato que jugó un papel crucial en la huelga general del ‘36. El 1936 fue un año de paros y manifestaciones obreras contundentes, al punto que aceleraron el reingreso al Senado del proyecto de Ley de Represión al Comunismo que sirvió para perseguir al conjunto de la izquierda nacional. Bernardo y yo nos casamos ese mismo año, cuando estalló la Guerra Civil Española.
En aquel momento se realizaban también las Olimpiadas de Berlín. Había muchos deportistas que al concluir su participación en los juegos, con las medallas flamantes colgando del cuello, se iban directo a España para incorporarse a los frentes. Bernardo se enteró de las Brigadas Internacionales y resolvió, junto con un amigo, unirse a ellas. Llegó una noche a casa y me dijo: “¿Qué te parece si me voy?”. Le contesté: “Claro que sí. NOS vamos”.
Los argentinos dimos origen a un movimiento solidario que desplegó una presencia enorme en todo el país. Pese al trabajo conspirativo de la Sección Especial de la Policía, fue una labor increíble de ayuda política y material. Comida, ropa, ajuares tejidos por las mujeres de aquí para los bebés que nacían en el bando republicano. Contábamos con el apoyo de Ángel Gallardo, embajador de la República Española, un católico militante a quien no le preocupaba que la ayuda proviniera de socialistas, comunistas o anarquistas. Baiocco, un compañero de la colectividad italiana, era el encargado de la salida ilegal de los compas que iban para España. El PC tenía por entonces mucha influencia entre las colectividades extranjeras.
Por su parte, el Partido Socialista le entregó a Bernardo 500 pesos: 250 para pagar la tercera clase del barco en que viajamos, y 250 para moverse a su llegada a París. Los 500 pesos necesarios para mi propio pasaje se reunieron gracias a la colecta organizada por mis compañeros. Nuestra ruta de ingreso a la guerra arrancó en septiembre del ‘37, zarpando desde Montevideo a bordo del carguero “Olympier”. Viajamos con un grupo de españoles y un periodista argentino del que se me escapa el nombre. También iban unos búlgaros radicados en Comodoro Rivadavia y unos albaneses que vivían en el conurbano bonaerense. Al cabo del Atlántico interminable por fin desembarcamos en el puerto belga de Amberes, y de ahí en tren hasta París, donde inmediatamente contactamos al Socorro Rojo Francés.
París era el punto donde se coordinaba toda la acción solidaria mundial. El movimiento antifascista levantado en Europa había sido ya despertado a comienzos de la década, cuando Henri Barbusse, Romain Rolland, Thomas Mann y el propio Albert Einstein convocaron a una reunión de intelectuales que alertó a los pueblos sobre el peligro que representaba el nazismo en Alemania. En esos días que estuvimos en París se inauguró la Exposición Internacional Anual y con Bernardo aprovechamos para verla. Entre toda esa serie de obras exquisitas había una que destacaba por su imponencia. Era el “Guernica” de Pablo Picasso.
En la embajada española en París tramitamos los papeles necesarios y partimos hacia Perpignan, y de Perpignan a Cerbère, frontera con Portbou, primera ciudad catalana en la provincia de Girona. Al llegar a Barcelona nos vinculamos con el Partido Comunista, que nos propuso movilizamos a Madrid con las milicias populares, germen del ejército que unificó la dirección de las guerrillas con el objetivo apremiante de garantizar la defensa de la capital.
Yo me reportaba al Socorro Rojo y Bernardo a la Unión de Juventudes Socialistas. Bernardo era corresponsal de guerra del periódico La Nueva España, una tirada de sesenta mil ejemplares que publicaba la Federación de Organizaciones de Solidaridad con la Guerra Civil Española, que incluía entre muchas a la Comisión Argentina de Mujeres y a los Jóvenes de Ayuda a la España Leal. El Socorro Rojo tenía como tarea fundamental abastecer las necesidades de las tropas, distribuir los alimentos, vestimentas, calzados, y cuidar además a los familiares de los combatientes.
Contra todos nuestros deseos y convicciones, tuvimos que volvernos a la Argentina por pedido del Partido Socialista. Bernardo se negó hasta el último momento a abandonar su trinchera, y aquel regreso forzado lo terminó de convencer que había llegado la hora de pasarse conmigo al Partido Comunista.
Salimos de España a fines de 1938. Cruzando la alta frontera de los Pirineos los soldados me quitaron una carta hermosa que me había llegado desde Buenos Aires, escrita por mi hermano, David Jacovkis. Les rogué por favor que no me la quitaran, pero tenían órdenes estrictas de no dejar salir un solo papel. La política oficial de los ingleses, franceses y norteamericanos fue de una perfidia inimaginable. La carretera hacia París estaba abarrotada de pertrechos que el gobierno francés había prohibido dejar pasar. Mi madre, Aída, de origen ruso, murió mientras yo estaba allá en la guerra.
El siglo tempestuoso avanzó entre gigantescas olas revolucionarias y contrarrevolucionarias. Los monstruos enviados desde el abismo imperial se devoraron miles, millones de compañeros. Fanny se mantuvo aferrada a su barca de velas rojas, salvando vidas, hundiendo dictaduras, sacando la democracia a flote, desafiando a los cantos del arrecife que amenaza hundirnos y que a diario nos convida para abandonar cubierta. Las estrellas de la liberación guiaron el rumbo de sus sueños, y llegó al Mar de la China, a los golfos de Vietnam, a las costas de Cuba y Nicaragua. En la mañana borrascosa de los ochenta avistó el faro más alto de El Salvador.
Sus últimos actos políticos fueron votar por Cristina, aplaudir la goleada, dar aliento a los siguientes pasos, y alejarse finalmente en paz, con el amor satisfecho, la jornada parlamentaria en que las mujeres y hombres de su país izaron en pareja la bandera elemental de sus derechos reproductivos comunes.
Chau Fanny, presidenta del Partido Comunista, querida madre, gloria, victoria y felicidad por siempre del pueblo argentino.
JBE
Domingo 6 de noviembre del 2011
para Tati
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