Como producto del proceso de
transformación del Ejército Salvadoreño en un ejército contrainsurgente
quedaron conformados cinco grupos élite o «Batallón de Infantería de Reacción
Inmediata». Cada uno de los BIRI estaba integrado por siete unidades militares
armadas con fusiles M16-A1: cuatro compañías de fusileros, una compañía de
mando y servicio, una compañía de armas de apoyo y un escuadrón de
reconocimiento. Los cinco eran: BIRI Atlacatl, BIRI Atonal, BIRI Ramón Belloso,
BIRI Eusebio Bracamonte y BIRI Manuel José Arce.
El Atlacatl, nombre tomado del
cacique que fuera símbolo de la resistencia pipil contra la conquista española,
fue el más letal de todos. Para formarlo escogieron una cantidad de soldados y
oficiales y se los llevaron a todos a los EEUU. El primer contingente que
enviaron, por la información que nosotros disponíamos, fue de 1200 soldados. El
batallón fue entrenado en Fort Bragg, Carolina del Norte, por las Fuerzas
Especiales de los Estados Unidos (los Boinas Verdes, como Rambo) la 505ª de
Infantería y la 82ª División Aerotransportada.
Después de entrenarlos allá los
devolvieron a El Salvador transformados en fieras. Parar y detener al Atlacatl
era una tarea dura y difícil. Cuando te topabas con ellos era un verdadero
infierno. Esa tropa, preparada con un nivel de agresividad tremendo, cometió
algunas de las mayores atrocidades y matanzas de la guerra, incluyendo la
Masacre del Mozote en diciembre de 1981 y el homicidio de los seis padres
jesuitas de la UCA en noviembre de 1989.
Entró en operaciones los primeros
días de marzo del 81, con un total de 1261 soldados al mando del Teniente
Coronel Domingo Monterrosa Barrios. Este Monterrosa era un hombre muy
prestigioso entre la fuerza. Parte de su entrenamiento lo había realizado a
mediados de los años 60 en Fort Gulick, Panamá, donde funcionó la Escuela de
las Américas hasta que la trasladaron a Fort Benning, Georgia. Monterrosa era
un tipo que operaba junto con su tropa, que acompañaba, que respaldaba, que
cohesionaba a los soldados en la lucha. Pasaba la Navidad y las demás fiestas
en el terreno, y era de los pocos oficiales que acompañaba a los soldados
durante las operaciones. Los otros lo que hacían era ubicarse en las alturas y
desde ahí dirigían. Pero este cabrón andaba con los soldados. Lo teníamos
identificado como uno de los jefes operativos más sanguinarios y más efectivos
del Ejército. Combinaba las dos cosas. En El Mozote, Morazán, las tropas del
Atlacatl al mando de él asesinaron a más de 750 personas, la mayoría niños.
Cuando hicieron la exhumación, en 1992, las antropólogas forenses argentinas
determinaron que de los 143 cuerpos identificados en el laboratorio, 131 pertenecían
a niños menores de 12 años, incluidos tres que no pasaban de los 3 meses de
vida.
Lo habíamos declarado nuestro
enemigo número uno, y así llegamos a intentar montarle varias operaciones de
las cuales el baboso se nos escabullía, se nos escapaba. Pero habíamos
identificado que él estaba en una onda de buscar protagonismo. Era el mejor
oficial del Ejército Salvadoreño y no tenía el reconocimiento que se merecía en
términos de su posición en las Fuerzas Armadas. Ya se había hecho frecuente en
él que después de cualquier operación, después de que agarraban el cadáver de
un guerrillero, dos, tres armas, él llevaba a la prensa y la TV para lucirse.
Como jefe de la III Brigada de
Infantería con sede en San Miguel, que le daba cobertura a toda la parte
oriente y norte del país, a mediados de octubre del 84 Monterrosa lanzó la
“Operación Torola IV”, que movilizó a más de 2000 soldados. Para ejecutar las
nuevas tácticas de la guerra helitransportada los gringos les habían traído
nuevitos algunos de los últimos helicópteros de la serie Huey. Monterrosa
estaba convencido de que en esta ocasión atraparía a Joaquín Villalobos,
comandante del ERP y miembro de la Comandancia General del FMLN. “Esta vez no
podrá escapar”, le había declarado a una periodista norteamericana.
Tomando en cuenta estos rasgos
los compas del ERP le preparan una operación. Aquí en Guazapa habíamos hecho ya
unos ensayos de dejar botados fusiles y radios con explosivos, era como una
versión escenográfica del cazabobos. Simulábamos un combate, una balacera,
llevábamos una gallina, le cortábamos el pescuezo, salpicábamos de sangre el
lugar y salíamos corriendo. Aquellos ensayos fueron dando origen a la idea de
que podíamos cazar helicópteros montando trampas en el suelo, haciendo que el
helicóptero recogiera la trampa y se la subiera.
Esa misma idea, aplicada por el
ERP en Morazán, fue la de simular un combate al cabo del cual se había perdido
la Radio Venceremos, que no dejaba pasar un minuto de su transmisión sin
recordarle a Domingo Monterrosa que algún día iba a pagar por el Mozote. Allí
por las inmediaciones del pueblito de Joateca dejaron botados unos equipos
viejos de la radio, grabadoras, cassettes, papeles, todo salpicado con sangre.
Los soldados de Joateca se enteraron, fueron hasta el lugar y dieron aviso de
que habían capturado a la Radio Venceremos.
Como a las cinco de la tarde
llegó el helicóptero con Domingo Monterrosa y su séquito: el jefe de la unidad
del Atlacatl que estaba operando en la zona, otros siete mandos militares de la
Operación Torola, un capellán militar, un sacristán y tres camarógrafos.
Aterrizaron en el lugar, se bajaron, hicieron algunas tomas, montaron la radio
en el helicóptero y partieron hacia San Miguel, donde estaba esperando la
prensa entera lista para que Monterrosa le anunciara al mundo que la Radio
Venceremos había sido capturada.
En el aparato de la radio se
ocultaba una carga de explosivo con dos espoletas. Una con altímetro, que
reacciona cuando el helicóptero alcanza cierta altura. Es una espoleta como la
aguja de un reloj, que llegada a un determinado nivel hace contacto y provoca
la explosión. La otra era a control remoto. Resulta que el helicóptero
desgraciado subió, alcanzó la altura, pero no explotó. Pero cuando pega la
vuelta en dirección a San Francisco Gotera pasa por sobre una loma donde
estaban los compañeros del ERP con el control remoto. Esa sí reaccionó.
Fue el martes 23 de octubre de
1984. La Asamblea Legislativa declaró tres días de duelo nacional. Por su
parte, el FMLN decretó tres días de fiesta nacional, celebrados con baile hasta
la medianoche.
(Comandante Ramiro Vázquez del
FMLN, en el libro “Canción a una bala”)