"En una de las paredes vi un anaquel. Abrí un volumen al azar; las letras
eran claras e indescifrables y trazadas a mano. Sus líneas angulares me
recordaron el alfabeto rúnico, que, sin embargo, sólo se empleó para la
escritura epigráfica. Pensé que los hombres del porvenir no sólo eran
más altos sino más diestros. Instintivamente miré los largos y finos
dedos del hombre.
Éste me dijo:
-Ahora vas a ver algo que nunca has visto.
Me tendió con cuidado un ejemplar de la Utopía de More, impreso en Basilea en el año 1518 y en el que faltaban hojas y láminas.
No sin fatuidad repliqué:
-Es un libro impreso. En casa habrá más de dos mil, aunque no tan antiguos ni tan preciosos.
Leí en voz alta el título.
El otro rió.
-Nadie puede leer dos mil libros. En los cuatro siglos que vivo no habré
pasado de una media docena. Además no importa leer sino releer. La
imprenta, ahora abolida, ha sido uno de los peores males del hombre, ya
que tendió a multiplicar hasta el vértigo textos innecesarios.
-En mi curioso ayer -contesté-, prevalecía la superstición de que entre
cada tarde y cada mañana ocurren hechos que es una vergüenza ignorar. El
planeta estaba poblado de espectros colectivos, el Canadá, el Brasil,
el Congo Suizo y el Mercado Común. Casi nadie sabía la historia previa
de esos entes platónicos, pero sí los más ínfimos pormenores del último
congreso de pedagogos, la inminente ruptura de relaciones y los mensajes
que los presidentes mandaban, elaborados por el secretario del
secretario con la prudente imprecisión que era propia del género".
Utopía de un hombre que está cansado
Jorge Luis Borges
(El libro de Arena)
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