martes, 31 de mayo de 2011

Contra dicciones


Atilio Boron publicó ayer en su blog una amplia “radiografía de la revolución egipcia” tomada por el economista egipcio y ex miembro del Partido Comunista Francés, Samir Amin. Titulada “La Primavera Árabe de 2011”, la misma refiere sustancialmente al levantamiento popular producido en el país de los faraones, pero también abarca la traumática situación planteada en toda la región desde comienzos de año. Al observarla, podemos detectar otra vez la fractura ideológica expuesta en el brazo intelectual de la izquierda tras el golpe armado apoyado por la OTAN en Libia. Veamos: 
Libia no es Túnez ni Egipto. El bloque en el poder (Gadafi) y las fuerzas que combaten contra él no tienen ninguna analogía con lo que hay en Túnez y en Egipto. Gadafi siempre ha sido un títere cuyo pensamiento encuentra su reflejo en su famoso Libro Verde. Al actuar en una sociedad todavía arcaica, Gadafi podía permitirse discursos –sin gran alcance real- sucesivamente «nacionalistas y socialistas» y después, al día siguiente, adherirse al «liberalismo». Lo hizo «¡para complacer a los occidentales!», como si la elección del liberalismo no tuviera efectos en la sociedad. Sin embargo los tuvo y en general agravó las dificultades sociales para la mayoría. Entonces ya estaban dadas las condiciones para la explosión que conocemos, inmediatamente aprovechada por el Islam político del país y los regionalismos. Porque Libia nunca existió realmente como nación. Es una región geográfica que separa el Magreb y el Mashreq. La frontera entre ambos pasa precisamente por el medio de Libia. La Cirenaica, históricamente griega y helenística, después se convirtió en «mashrequina». La Tripolitania fue latina y se convirtió en magrebina. Por eso siempre hay una base para los regionalismos en el país. En realidad no se sabe quiénes son los miembros del Consejo Nacional de Transición de Bengasi. Quizá haya demócratas ente ellos, pero es seguro que hay islamistas, y de los peores, y regionalistas. Desde el principio «el movimiento» ha tomado en Libia la forma de una revuelta armada, disparando sobre el ejército, y no la de una ola de manifestaciones civiles. Esta revuelta armada, por otra parte, llamo inmediatamente a la OTAN en su auxilio. Así se dio entonces la ocasión para una intervención militar de las potencias imperialistas. Los objetivos que se persiguen no son, ciertamente, la «protección de los civiles» ni la «democracia», sino el control del petróleo y la consecución de una importante base militar en el país. Es cierto que las empresas occidentales ya controlaban el petróleo libio desde que Gadafi se alineó al «liberalismo». Pero con Gadafi nunca se puede estar seguro de nada. ¿Y si vuelve la chaqueta y mañana mete en su juego a los chinos o a los indios? Pero hay algo más grave. Desde 1969 Gadafi exigía la evacuación de las bases británicas y estadounidenses establecidas en Libia tras la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, Estados Unidos necesita transferir el AFRICOM (el mando militar de Estados Unidos para África, una pieza importante del dispositivo de control militar del planeta ¡todavía en Stuttgart!) a África. La Unión Africana lo rechaza y hasta la fecha ningún Estado africano se ha atrevido a aceptarlo. Un lacayo establecido en Trípoli (o en Bengasi) obviamente suscribiría todas las exigencias de Washington y de sus aliados subalternos de la OTAN.

A continuación del artículo, el primer comentario comienza así:

“Primero que Samir Amin me encanta. Casualmente, tengo un libro de él, denominado «La ilusión del progreso árabe» (si mal no recuerdo el título, además está en inglés), que se contradice bastante con lo que escribe ahora…”.

Por mi parte, comenté:

“Yo también noto contradicciones (desconexiones) dentro de los párrafos dedicados a Libia. “Gadafi siempre ha sido un títere” ≠ “Pero con Gadafi nunca se puede estar seguro de nada. ¿Y si vuelve la chaqueta y mañana mete en su juego a los chinos o a los indios?” ≠ “Desde 1969 Gadafi exigía la evacuación de las bases británicas y estadounidenses establecidas en Libia tras la Segunda Guerra Mundial”. “Entonces ya estaban dadas las condiciones para la explosión que conocemos, inmediatamente aprovechada por el Islam político del país y los regionalismos” ≠ “En realidad no se sabe quiénes son los miembros del Consejo Nacional de Transición de Bengasi”.

Otra contradicción se me quedó en el teclado:

“Gadafi siempre ha sido un títere” ≠ “Un lacayo establecido en Trípoli (o en Bengasi) obviamente suscribiría todas las exigencias de Washington y de sus aliados subalternos de la OTAN”.

En fin. Mi anhelo de avanzar hacia un Partido Comunista de raigambre popular –más que de “cuadros”– está supeditado a lograr convivir fraternalmente y sin ánimos pendencieros con una multiplicidad de enfoques. Para el trastorno crónico planteado –enfrentar la violencia armada que el gobierno de Estados Unidos & Cía. dirigen contra los pueblos– considero que hay posiciones que debilitan nuestra capacidad de reacción, incidencia y defensa, de por sí todavía bastante endeble, razón por la cual el imperio se da el gusto de seguir humillándonos (eufemismo por aniquilándonos).

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