“Había un
compañero, Noé, que le decían «el siete vidas». Cuando el hombre se acerca al
FMLN lo agarra la Policía
de Hacienda y lo fusilan. Las balas lo traspasaron. Le aflojaron los mocos,
como decimos. Después lo fueron a botar y de remate le pasaron con un camión
por encima. Unas monjas lo recogieron por la mañana todo inflamado. Ellas lo
curaron, y cuando estaba bueno se marchó para la montaña. El día que Noé llega
a Guazapa nos cae encima un operativo del Ejército. Lo guardan en un tatú,
escondido con los enfermos y los heridos. Los «tatú» eran unos refugios
antiaéreos cavados en la montaña que habíamos aprendido a hacer en Vietnam. Les
dejaron agua y comida para que no se movieran del lugar. Cuando más tarde
escuchó la balacera en los alrededores se desesperó, se salió del hoyo y se fue
a meter en el monte. Cuando regresó se encontró con que todos los que se
hallaban en el hoyo estaban muertos. El Ejército había dado con el escondite y
los habían asesinado a todos”.
(Del libro Canción a
una bala, recuerdos de la Revolución Salvadoreña)
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