Son varias las repercusiones que
la visita de Cristina Fernández a Vietnam ha generado, sobre todo en los
medios opositores, que no dejaron pasar la oportunidad para criticar dicha
iniciativa y montar una repugnante cobertura político-mediática que busca
desmerecer la importancia de Vietnam como país con el cual establecer
importantes relaciones político-económicas.
No está de más recordar que en la
lucha por su independencia, el pueblo vietnamita derrotó en un periodo de
cincuenta años los ataques imperialistas de Japón, Francia y Estados Unidos,
brindando al mundo un ejemplo de valentía y patriotismo que tras la rendición
norteamericana hubo de prolongarse, para emprender la dura
reconstrucción política, social y económica de un territorio que había
quedado devastado por los bombardeos de agentes químicos.
Vietnam cuenta hoy con cerca de
90 millones de habitantes distribuidos en una superficie apenas más grande que
la de Italia. La tasa promedio de crecimiento de su PIB en los últimos veinte
años ronda el 8 por ciento. Si observamos además que sus exportaciones oscilan en
torno de los 65.000 millones de dólares anuales y que en el 2008 las
inversiones externas ascendieron a 64.000 millones de dólares, podemos entender
por qué viene transformándose en una economía de creciente importancia en la región. A pesar de que la invasión estadounidense destruyó su agricultura, Vietnam es el segundo
exportador mundial de arroz, y ha logrado reducir al 10% la pobreza que en 1986 afectaba
al 75% de su población.
Este es el país que se visita y con
el cual se buscan estrechar vínculos políticos y económicos. Queda claro entonces
que lo que realmente molesta a sus críticos es el sesgo político que la misma
puede reflejar, como quedó de manifiesto en el reciente editorial publicado por
Eduardo Van Der Kooy en Clarín, cuyo tono y contenido no dejan lugar a dudas
sobre cuál es el centro de las preocupaciones del establishment. Dice el editorialista:
“Hace rato que Cristina Fernández
dejó de soñar con Ángela Merkel. La primera ministra de Alemania era el espejo
en el cual deseaba reflejarse siempre la Presidenta apenas heredó en el 2007 el
trono de su marido, Néstor Kirchner. […]La Presidenta acaba de iniciar el año
de política exterior con una gira por los Emiratos Árabes, Indonesia y Vietnam.
Existió un paso previo por La Habana, aunque fue forzado: allí convalece Chávez
de un delicadísimo cuadro de salud […] En Vietnam, prefirió eludir la
actualidad y recordó a Ho Chi Minh, el líder que doblegó en 1975 la invasión
estadounidense y forjó la unidad de ese territorio.
El relato cristinista habla de la
necesidad de explorar nuevos mercados. De países emergentes. Nada, en
principio, que objetar más allá de las dificultades objetivas de
complementación entre esas economías y la Argentina.
Aunque aquella descripción
oficial podría estar tapando un significado más amplio de la gira emprendida,
donde los intereses económicos podrían estar ligados también a un viraje
político.
El Gobierno estaría intentado
ayudar a la articulación de un bloque donde pudieran converger países
latinoamericanos (Venezuela, Ecuador, la Argentina, quizás Brasil, Cuba) con
algunos asiáticos y las principales naciones africanas. Una alternativa
compleja frente a la crisis de la Unión Europea y la indiferente relación que
caracteriza a Buenos Aires con Washington. Una rémora de aquella tercera
posición que en estas latitudes supo enarbolar en los años 70 Juan Perón”.
No es la primera vez que lo decimos, pero vamos a insistir en que, más allá de las insuficiencias y los errores ficticios o reales del gobierno, el asunto que de sobremanera preocupa a los grandes medios, a la oposición en general y al poder real en Argentina, no es otro que el de las relaciones internacionales, el haber roto con las relaciones carnales mantenidas por Menem durante los años de subordinación a la políticas neoliberales. Esta ruptura fue uno de los pasos más trascendentes dados por el gobierno, y por ello la derecha vernácula no pierde ocasión de aullar a la luna denunciando que “el gobierno nos ha aislado del mundo”, cuando en realidad lo que ha hecho es ubicar a nuestro país en el espacio de relaciones internacionales en que debe estar, con la mirada puesta fundamentalmente en América Latina.
No es la primera vez que lo decimos, pero vamos a insistir en que, más allá de las insuficiencias y los errores ficticios o reales del gobierno, el asunto que de sobremanera preocupa a los grandes medios, a la oposición en general y al poder real en Argentina, no es otro que el de las relaciones internacionales, el haber roto con las relaciones carnales mantenidas por Menem durante los años de subordinación a la políticas neoliberales. Esta ruptura fue uno de los pasos más trascendentes dados por el gobierno, y por ello la derecha vernácula no pierde ocasión de aullar a la luna denunciando que “el gobierno nos ha aislado del mundo”, cuando en realidad lo que ha hecho es ubicar a nuestro país en el espacio de relaciones internacionales en que debe estar, con la mirada puesta fundamentalmente en América Latina.
Esta posición se vincula con la
búsqueda de relaciones políticas y económicas con toda una serie de naciones de
África y Asia, algo que viene impulsando desde hace mucho Cuba, y más
recientemente también Venezuela y Brasil. Estas relaciones pueden ser útiles
tanto para ampliar las capacidades de colocación de productos argentinos como para
enfrentar la crisis energética que nos afecta, y es completamente acertado e
inteligente por parte del gobierno fortalecer las relaciones políticas y
económicas de la Argentina mediante estos vínculos.
Sin embargo, Van Der Kooy se inquieta con razón cuando entrevé el proceso de construcción de un nuevo polo político mundial independiente de la hegemonía norteamericana, por cierto muy deteriorada y significativamente reducida a su poderío militar y la debacle europea.
Es evidente que la Argentina
debe hacer esfuerzos para ubicarse política y económicamente en los nuevos
espacios que surgen de la despolarización producida por la crisis capitalista
mundial, y que debe hacerlo afirmada sobre la base de América Latina y el
Caribe, su lugar natural.
Merece un comentario especial el
aspecto histórico-cultural tan positivo que ha significado para el país la
presencia de la presidenta en Vietnam y el programa realizado tanto en Hanói
como en ciudad Ho Chi Minh, incluida su visita a los túneles de Cu Chi. La
comparación de Ho Chi Minh con San Martín en su condición de “Padres de la
Patria” es un acierto que enriquece el carácter internacionalista de nuestro
principal héroe nacional y nos acerca a una de las figuras más trascendentes
del siglo XX, al conductor de ese pueblo que, como resaltábamos, consiguió
derrotar a tres potencias imperialistas (Japón, Francia y Estados Unidos) gesta
que constituye un ejemplo inspirador para todos aquellos países que como
Argentina deben transitar por el camino hacia su segunda y definitiva
independencia.
La visita implica además un gesto
de revalorización de la noble tradición de la izquierda y de amplios sectores
populares de nuestro país que durante la guerra protagonizaron una conmovedora campaña
de ayuda al pueblo vietnamita, canalizada por un movimiento que merece ser
recordado como fue el SAP, la Solidaridad Argentina con Vietnam. Y no debemos
olvidar a los militantes que dieron vida a este movimiento y lograron
recaudar millones de pesos que luego se transformaron en Quinina, medicamento
crucial que llegó a Vietnam a través de la Cruz Roja Internacional y sirviera para
salvar a miles de combatientes.
Son varios los motivos por los
cuales la derecha nacional e internacional mira con recelo este viaje de la
presidenta. Empezar por Cuba y concluir en Vietnam es un gesto de inteligencia
y audacia política que no puede pasar desapercibido para nadie.
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