martes, 14 de junio de 2011

Pata dura, platos rotos

Qué lindo era ser hincha de Ríver durante los años ‘80: Fillol & Passarella, Alonso, Merlo & Jota Jota, Ramón Díaz, Kempes & Gallego, Alzamendi, Francescoli, & Juan Gilberto Funes. Títulos nacionales para tirar para arriba, la Copa Libertadores, la Intercontinental. Una verdadera máquina. Un poderío que permitió sobrellevar incluso la amarga desgracia de ver nacer al mejor jugador de todos los tiempos en la familia de enfrente, atenuada por el apogeo del imperio capitalista, que obligó a las súper estrellas del inframundo a llevar la luz de su talento para iluminar las canchas centrales del reino.

Los ‘90 volvieron a ser riverplatenses. Con el Enzo repatriado de Marsella y bajo la conducción de Daniel y el Tolo, llegó la época gloriosa del Burrito, Ayala, Almeyda, Astrada y el gran Hernán Crespo. A mediados de la década un hijo pródigo de Núñez volvió al club para hacerse cargo de la dirección técnica. Como suele pasar en cualquier actividad, no le fue nada fácil a Ramón acomodarse al puesto de entrenador del equipo de sus amores. Cómo lo putearon… “No sabe nada. No habla. No da indicaciones. No tiene personalidad”. Típico del hincha argentino o del argentino típico: básicamente un fascista descendido de europeos pobres, nacido en un país rico, criado a medio pelo y mirando hacia el norte. Pero Ramón les tapó la boca a todos y rellenó las vitrinas del Monumental con media docena de trofeos locales, una segunda Copa Libertadores y casi casi otra Intercontinental, aquella que se les escurrió entre los pies de Alessandro Del Piero y la Juventus.

Todo cambió a partir de 1998. Boca empezó a salir campeón seguido, ganó 4 Libertadores, 2 Intercontinentales, Nissans, Toyotas y Kawasakis Sudamericanas, y le sacó una paternal ventaja en los clásicos a su rival de siempre. La calidad que el goleador Palermo le imprimió a la definición de algunas victorias las ha vuelto inolvidables.

Fue mucho. Fue demasiado. Por obra y gracia del mellizo Guillermo fue hasta humillante. Mas no fue lo peor. Lo peor fue que entre el aluvión de goles y conquistas boquenses volviera a nacer otro crack irresistible. ¿Otro más? ¿De nuevo en la familia de enfrente? ¿Por qué tanta injusticia? ¿Será que Zeus, Jehová, Jesús, Alá y el Budha son todos bosteros? Los dioses deben estar locos.

Es esta la razón fundamental de la admiración y pleitesía que los hinchas de la banda roja le rinden a Juan Román Riquelme. Se desviven en elogios, forman club de fans, pero una grave y profunda desdicha sentimental es el origen de la secta riquelmista enquistada en “Silver River”, o lo que en el bautismo a la inglesa quiso decir “River Plate”. Un plato.

Toda secta necesita cohesionarse concentrando su antipatía contra un símbolo del mal. Para esta imagen abominable, la combinación entre xeneixe y pincharrata les vino como dedo al anillo. El “pata dura” se las clavó por todos lados y en todas las posiciones: de palomita, de emboquillada, de penal, al ángulo, con una pata, con la otra, bien fuerte, despacito. Licenciatura, doctorado y magisterio en Kamasutra.

Tantas metidas de pata dura hasta el fondo del arco han dejado un agujero inmensamente grande en la anatomía del gallinero. Quedaron lastimados, con el corazón muy roto, y ni todas las redes del mundo alcanzarían para coser la herida desgarrante.

Sin embargo olvidan cuánto amor verdadero se vio al entrar ese último gol de cabeza. Pornografía de primera categoría es el género cinematográfico que grabó la serie de relaciones carnales mantenidas entre Martín Palermo y Ratas Pinchadas. Hoy se torna bastante desagradable imaginar el asco que pueden llegar a dar las chanchadas millonarias venidas a menos en las producciones de clase B. Vamos a tener que bloquear los volúmenes para no escuchar los gemidos desenfrenados de Almeyda. Va a ser un horror. Va a ser un plato.


No hay comentarios:

Publicar un comentario