Basta con auto infligirse la
tortura de ver “Argo” durante veinte minutos para constatar que se trata de una
película tan falsa como el meollo de su trama. No hay nada allí que sea
creíble, empezando por la recreación de la época, para cuyos vestuarios,
peinados y anteojos los realizadores parecen haberse inspirado en la obra de
Peter Capusotto y sus Videos. Ni hablar de las actuaciones, donde apena ver a
John Goodman y Alan Arkin forzados a declamar las líneas de un guión sin alma,
tan predecible como las verdaderas intenciones del film que fuera anunciado
ganador del Oscar desde la misma Casa Blanca y en voz de la primera dama de los
Estados Unidos. ¿Coincidencia? No, por supuesto.
Pero sigamos en el plano formal
mirando a través de los ojos de Oscar Cuervo, cuya crítica en el blog La Otra publiqué
y discutí aquí hace un par de meses: “No hay en la película de Ben Affleck un
solo planteo narrativo, una resolución dramática, ninguna caracterización de personajes,
ningún ritmo o enfoque de la mirada que no se atenga a una retórica gastada.
Argo habla una lengua muerta. La textura visual, que en su fotografía, su
vestuario y ambientación, incluso en la fisonomía de los personajes remite
inmediatamente a la memoria del cine setentista (es decir: del cine
pre-digital), sólo se funda en una conciencia reactiva y culposa del mainstream
hollywoodense. Affleck finge hacer un cine adulto en reacción a la puerilidad
del Hollywood actual. Pero su reacción es tan pueril como el cine que pretende
esquivar. No es reprochable que los partidarios del Ayatollah parezcan tan
tontos: tonta es la mirada que echa Affleck sobre el mundo que pone en escena.
Es estúpido el sentimentalismo conque el grupo de diplomáticos norteamericanos
afronta su peripecia. Y la vuelta del agente encarnado por Affleck al ámbito de
su resguardo familiar, al final, es también estúpida… ¿Y entonces? ¿Cómo es que
Argo goza de un consenso tan amplio, cómo es que algunos especialistas
protestaron porque la Academia no distinguió el “gran” trabajo de Affleck con
una nominación como director?”.
Entonces como ahora, me extrañó
que el Cuervo fuera incapaz de explicarse el entusiasmo incomprensible de sus
colegas como parte de una operación montada para demonizar al gobierno de Irán
ante la opinión pública internacional y favorecer los planes de invasión imperial
sobre la 5ta reserva mundial de petróleo.
En resumen, Affleck finge, y es
tan estúpido y tonto como su película, y tan pésimo como actor que como lo que
verdaderamente es: un agente de la CIA que se hace pasar por cineasta. Desde
luego, no soy el único que piensa lo mismo. Barbara Honegger, ex periodista de
Asuntos Militares Superiores en la Escuela Naval de Postgrado del
Departamento de Defensa, asistente especial de Ronald Reagan y analista política
de la Casa Blanca (1981–83) ha declarado que Argo es el proyecto de propaganda
de una o varias agencia de inteligencia con el objetivo de convencer al pueblo
norteamericano para que los Estados Unidos marchen junto con Israel a una
guerra contra Irán. Incluso considera que Ben Affleck podría algún día ser condenado
por crímenes de guerra y traición a la patria, no sólo por Argo, sino también
por su papel en “Pearl Harbor”, otra operación de inteligencia, en este caso montada
para dar paso al 9/11. De acuerdo con Honegger, Affleck –al igual que su
personaje en Argo– parece ser un agente encubierto haciéndose pasar por
cineasta.
Pearl Harbor se estrenó en mayo
del 2001, año en que resultó nominada a los Frambuesa de Oro como peor película,
peor director, peor actor, peor guión, peor pareja en pantalla, y peor remake o
secuela. El fiasco costó 150 millones de dólares, invertidos con el único propósito
de infundir en el público al estado de paranoia y xenofobia que lo
predispusiera para la Guerra contra el Terror, proclamada tras el autoatentado
de las Torres Gemelas, voladas cuatro meses después. Donald Rumsfeld, al igual
que Affleck y los realizadores, pasó 2000 y 2001 promocionando la película y
regalando miles de copias del libro de Roberta Wohlstetter “Pearl Harbor,
advertencia y decisión”. Su autora era la esposa del rabioso neocon y sionista Albert
Wohlstetter, mentor de Paul Wolfowitz, mencionado en su obituario como “la
figura desconocida más influyente de la última mitad del siglo”.
Irán ya ha contratado a la
reconocida abogada francesa Isabelle Coutant-Peyre para presentar una demanda
internacional contra los realizadores y productores de Argo, quienes de ser
llevados a juicio y bajo juramento pueden verse obligados a revelar que su película –como
la ficticia película dentro de la película– es una operación encubierta
disfrazada.
Y todo esto tiene bastante que ver con el antes, durante y después del 24 de marzo de 1976.
(Por vos, Hernán Nuguer, que además de un joven estudiante de arquitectura, y comunista, seguramente fuiste un amante del cine)
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