martes, 12 de marzo de 2013

El horizonte




Querían hacerlo callar. Querían que se muriera. Pero en silencio la muerte les tendió otra trampa y nunca previeron quedar sepultados en vida bajo el duelo más grande de la historia. Ni que el menor de los castigos será el suplicio de tener que aguantárselo hablando y cantando hasta siempre.

Queríamos que viviera. Otro tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo. Pero un rayo caído directo desde la eternidad nos partió el corazón justo en medio de nuestras plegarias. Creímos ahogarnos en el desconsuelo de aquella tarde maldita. Y de pronto, empujadas por la tempestad que se formó del llanto cedieron las puertas del cielo, quedando expuesta, más clara, todopoderosa y joven que nunca, la realidad conmovedora de nuestras propias fuerzas. 

(JBE, en el martes siguiente)



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