El papanatas de Lucas Carrasco
acaba de autoconvocar con fecha y hora a una marcha de repudio al “papa
procesista”. Otro ejemplo de lo mal que hacen la tele, la fama, el alcohol y la
anarquía en exceso. Como dije, antes de salir a especular güevadas y plantear
hipótesis de morondanga, hay que darle primero la palabra a quienes desde el
cristianismo han venido luchando por la liberación de nuestros pueblos durante
muchos años. A continuación, un compilado resumido de los tres textos
publicados desde el anuncio por Leonardo Boff (Concordia, Santa Catarina, 1938):
Es bueno saber que Francesco de
Asís nunca fue sacerdote sino laico solamente. Sólo al final de su vida, cuando
los Papas prohibieron a los laicos predicar, aceptó ser diácono a condición de
no recibir ningún tipo de remuneración por el cargo. Francesco no es un nombre, es un
proyecto de la Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo
poder. Es una Iglesia que anda por los caminos junto con los últimos, que crea
las primeras comunidades de hermanos que rezan el breviario bajo los árboles
con los pájaros. Es una Iglesia ecológica que llama a todos los seres con las
dulces palabras de «hermanos y hermanas». Francesco fue obediente a la Iglesia
y a los papas y al mismo tiempo siguió su propio camino con el evangelio de la
pobreza en la mano. Francesco no habla, simplemente inaugura lo nuevo.
Creo que el Papa Francesco tiene
en mente una iglesia fuera de los palacios y de los símbolos del poder. Lo
mostró al aparecer en público. En su discurso inaugural se destacan tres
puntos, de gran significado simbólico.
Primero: dijo que quiere
«presidir en la caridad», algo que se pedía desde la Reforma y los mejores
teólogos del ecumenismo. El Papa no debe presidir como un monarca absoluto,
revestido de poder sagrado, como prevé la ley canónica. Según Jesús, debe
presidir en el amor y fortalecer la fe de los hermanos y hermanas.
Segundo: dio centralidad al
Pueblo de Dios, como destaca el Concilio Vaticano II, dejado de lado por los
dos papas anteriores en favor de la jerarquía. El Papa Francesco pide
humildemente al pueblo de Dios que rece por él y lo bendiga. Sólo después él bendecirá
al pueblo de Dios. Esto significa que él está allí para servir y no para ser
servido. Pide que le ayuden a construir un camino juntos y clama por
fraternidad para toda la humanidad, donde los seres humanos no se reconocen
como hermanos y hermanas sino atados a las fuerzas de la economía.
Por último, evitó todo
espectáculo de la figura del Papa. No extendió ambos brazos para saludar a la
gente. Se quedó inmóvil, serio y sobrio, yo diría, casi asustado. Solamente se
veía una figura blanca que saludaba con cariño a la gente. Pero irradiaba paz y
confianza. Mostró humor hablando sin la retórica oficialista, como un pastor
habla a sus fieles.
Vale la pena mencionar que es un
Papa que viene de Gran Sur, donde están los más pobres de la humanidad y donde
vive el 60% de los católicos. Con su experiencia como pastor, con una nueva
visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la Curia, descentralizar la
administración y dar un rostro nuevo y creíble a la Iglesia.
En ese espíritu, rompió los
protocolos, se sintió como uno más del pueblo, pagó la cuenta de su albergue,
fue en un automóvil corriente a la Iglesia de Santa María Mayor y conserva su
cruz de hierro.
El problema es la forma como se
ejerce esta función. El Papa León Magno (440-461), en el vacío de poder
imperial, tuvo que asumir el gobierno de Roma para enfrentar a los hunos de
Atila. Tomó el título de Papa y Sumo Pontífice, que eran del Emperador, e
incorporó el estilo de poder imperial, monárquico y centralizado, con sus
símbolos, vestimentas y estilo palaciego. Los textos referidos a Pedro, que en
Jesús tenían sentido de servicio y de amor, se interpretaron al estilo romano
como estricto poder jurídico.
Este ejercicio absolutista siempre fue cuestionado, sobre todo por los reformadores, pero nunca se suavizó.
La Iglesia Católica podría
convertirse en una instancia no autoritaria de valores universales, de los
derechos humanos, los de la Madre Tierra y de la naturaleza, contra la cultura
de consumo y a favor de una sobriedad compartida. La cuestión central no es la
Iglesia sino la humanidad y la civilización, que pueden desaparecer. ¿Cómo la
Iglesia ayuda a preservarlas? Todo esto es posible y factible, sin renunciar en
nada a la esencia de la fe cristiana. Es importante que el Papa Francisco sea
un Juan XXIII del Tercer Mundo, un «Papa buono». Sólo así podrá rescatar su
credibilidad perdida y ser un faro de espiritualidad y de esperanza para todos.
Lo que ha marcado al nuevo Papa
Francesco, ese «que viene del fin del mundo», es decir, fuera de los marcos
europeos tan cargados de tradiciones, palacios, espectáculos principescos y
disputas internas de poder, son gestos simples, populares, obvios para quien da
valor al buen sentido común de la vida. Él está rompiendo los protocolos y
mostrando que el poder es siempre una máscara y un teatro.
Para mí el gesto más simple, honesto y popular del Papa Francesco fue ir a la residencia donde se había alojado (nunca se alojaba en la grande casa central de los jesuitas en Roma) a pagar la cuenta a razón de 90 euros por día. Entró y él mismo fue a buscar su ropa, hizo su maleta, saludó al personal y se fue.
Frei Betto acuñó una expresión
que es una gran verdad: «la cabeza piensa desde donde pisan los pies».
Efectivamente, si alguien pisa siempre palacios y suntuosas catedrales, acaba
pensando según la lógica de los palacios y de las catedrales.
No me admiraría en absoluto si,
como quería Juan Pablo I, resolviese abandonar el Vaticano y fuera a vivir a un
sitio sencillo, con un amplio espacio exterior para recibir la visita de los
fieles. Los tiempos están maduros para este tipo de revolución en las
costumbres papales. Y qué desafío está representando para los demás prelados de
la Iglesia vivir la sencillez voluntaria y la sobriedad compartida.
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