Marcelo Feito vivía en Munro, zona norte de la
Provincia de Buenos Aires, área fabril y comercial que supo ser quizás el
primer centro de outlets que haya existido por estos lados. Chabón con facha. Afiliado
a la Federación Juvenil Comunista y tornero. Allí en su taller se hizo
dirigente sindical. Quienes lo conocieron hablan de él como un tipo sereno pero
muy recio a la hora de defender la buena conducta política revolucionaria. Cuentan
que además tocaba la viola y cantaba lindo.
En 1986, en pleno proceso de autoanálisis
partidario –realizado como cualquier terapia para revisar y comprender la
historia de uno, sincerando cagadas y aciertos de manera de continuar con la
vida en mejores condiciones– fue propuesto por la dirección del Partido para
integrar una brigada que viajaría a El Salvador, Centroamérica, con la misión
de sumarse a los contingentes que desde todas partes del mundo llegaban a dicho
lugar para pelear del lado de la guerrilla, contra otro eslabón de la cadena de
dictaduras facistas apoyadas por el gobierno de los Estados Unidos. La
guerrilla ahí era un frente de cinco organizaciones político militares unidas bajo
la sigla «FMLN»: Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Una de
esas cinco fuerzas era el Partido Comunista de El Salvador, cuyo brazo armado
eran las FAL, Fuerzas Armadas de Liberación. La movida era del todo
confidencial, y honraba la tradición internacionalista de los militantes
comunistas argentinos –en especial de las compañeras mujeres– que habían marchado
en distintos tiempos a defender la Unión Soviética, la República Española, Cuba,
Vietnam. El mismo Marcelo había formado parte el verano anterior de la Brigada
del Café, enviada por primera vez a Nicaragua en enero de 1985 para colaborar
con la cosecha anual de la Revolución Sandinista.
Tras un corto pero intenso entrenamiento
militar, él y otros compas fueron saliendo hacia destino en distintas tandas.
Marcelo llegó allá en enero de 1987. Para entonces, el FMLN llevaba ya seis años
de guerra contra un ejército adiestrado, aprovisionado, asesorado y pagado (sueldos)
por el gobierno norteamericano. La diferencia numérica era desfavorable cinco a
uno, cuando menos. En armas estamos hablando de fusiles AK47 y M16 contra
tanques, aviones y helicópteros de última generación. El conflicto terminaría
recién en 1992, cuando los Acuerdos de Paz consiguieron desmantelar el aparato estatal
represivo y convocar a elecciones libres en donde la guerrilla, a cambio de
entregar (el grueso de) las armas, pudo participar con el mismo nombre (FMLN)
como partido político hecho y derech… e izquierdo. Carrera electoral que
éxito tras éxito parlamentario y municipal –no exenta de derrotas– culminó
parcialmente en el año 2009, cuando por fin ganaron las presidenciales.
Es decir que nuestros camaradas llegaron justo en
medio de aquella guerra. Marcelo se hizo querer y respetar al punto de que sus
jefes le premiaron confiriéndole el grado y la responsabilidad de pasar a ser el
“Teniente Rodolfo”. Tal era su nombre en El Salvador, donde para desorientar al
enemigo la gente involucrada en la lucha se rebautizaba el nombre original con
dos, tres y hasta cuatro nombres más verdaderos. Si me hubiera tocado a mí, y
como Juan (John) ya soy, hubiera elegido seguramente “Pablo”, “Jorge” y
“Ringo”; o “Diego” y “Armando”; “Carlos” y “Alberto”; “Luis” y “Alberto”; algo
por el estilo. Marcelo eligió el de Rodolfo Ghioldi, elegido por el voto
porteño para la frustrada Convención Constituyente de 1957, de quien se dice
que era un orador majestuoso, comunista argentino que por similares aventuras de
ultramar debió pagar cadena en la Isla del Diablo, Guyana Francesa, en la misma
prisión de donde se escapaba el groso de Papillón, también conocida como
Cayenna.
Marcelo y los demás llegaron aparte en un
momento muy delicado y jodido de aquella tremenda guerra. Pasaba que por más
bombazos que les tiraran, los guerrilleros no podían ser derrotados. Su
claridad política y la organización humana que de ésta se derivaba eran mucho
más fuertes que toda la tecnología de muerte. El amor es más fuerte. Ni hablar
si además ha ganado en experiencia y recibe la solidaridad de quienes lo
rodean, en especial del pueblo estadounidense, de donde provenía lo fundamental
de la ayuda económica para comprar armas, municiones, comida, vestimenta, todo
lo que necesitaba la guerrilla para mantenerse en pie. En Alemania, por
ejemplo, los comunistas, socialistas, anarquistas y gentes de izquierda en
general empezaron montando una campaña solidaria llamada “Balas para El
Salvador”. Terminaron mangueando guita para comprar “Aviones para El Salvador”,
los zarpados. Marx y Engels chochos: “Ese es nuestro amado país”.
Como no podían ganarles desde el lado
contrario, por más napalm que tiraran, intentaron minarlos desde adentro:
infiltrarlos. Hay que aguantar seis años de guerra, querido/a mío. Si escribo
esto es porque no te quiero ver en esa situación, ni a vos, ni a mí, ni a
ninguno de nuestros hijos, nietos, hermanos, sobrinos. Pero también lo escribo
para ayudar a tomar precauciones. Porque hoy están concentrados en Arabia, pero
así como nos mandaron a guardar medio siglo de dictaduras, y en tanto no haya
una nueva revolución social en los EEUU, el día de mañana nos caen encima con
marines, drones y toda la parafernalia mortal que esté de moda.
Pero ni con todo eso los podían vencer. Por lo
tanto, basados en el desgaste psicológico de la batalla, apelaron a la táctica
de revertir guerrilleros. Les ofrecían dinero, mandar a una madre enferma a
atenderse en el extranjero, distintas formas. Y algo esencial: les ofrecían
seguir vivos, pero sin pelear. Así llegaron a reclutar a compañías guerrilleras
enteras. Fue muy jodido lidiar con eso, imaginate. Hubo que tener mucha solidez
política (léase huevos) para capturar a un compañero –o compañera– que había
caído en esas redes de desgracia.
Casi todos los compas del PCA se ganaron semejante confianza.
El 16 de septiembre de 1987, el Teniente
Rodolfo y su escuadra de las FAL salieron a cubrir posta en un perímetro
montañoso del departamento de Chalatenango, cerca de la frontera con Honduras, donde
se ubicaba su campamento. Al mediodía fueron emboscados por un batallón
enemigo. Desde otra posición, Carlos, otro comunista argentino, escuchaba la
balacera. “Eso viene de por donde anda Rodolfo…”, pensaba. Horas más tarde la
jefatura le comunicó que Rodolfo, Marcelo (John Lennon, George Harrison, Luis
Spinetta, Charly García, Ernesto Guevara) había muerto aquel mediodía durante
la emboscada, después de gastar todos los cartuchos de los que disponía. El
proyectil que lo esperaba entró justo por en medio de su frente. Tenía 22 años.
Marcelo Feito está enterrado en el pinar de una
loma, muy cerca del sitio final y de un río cristalino que se atraviesa por un
puente colgante. A una cuadra de esa nube en el edén hay una escuela con jardín
de infantes que lleva sus dos nombres y su grado de teniente.
En marzo del año que viene se disputan las
próximas elecciones presidenciales de El Salvador, en la cuales el FMLN deberá
defender su título contra una (o dos, ojala) de las derechas más astutas y
pesadas que la política latinoamericana conozca. Su relación con la derecha
venezolana es harto estrecha. Hay atentados fatales, encubrimientos e
innumerables trapisondas terroríficas que los vinculan a fondo. Propongo por
este medio y esta nota a mis compañeras y compañeros del Partido y la
Federación Juvenil Comunista, a involucrarnos sin prisa –porque además tenemos
nuestra propia campaña y elección local– pero con bonito ánimo, a otra lucha en
esa tierra.
Vamos, vamos todas y todos a El Salvador.
Llevemos flores juntos a la nube de Marcelo, el que le puso tu nombre al
veredicto.
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