Me acababa de tirar un ratito cuando sentí el
temblor de esta tarde. Dos zamarrones, el segundo casi imperceptible, y empezaron a ladrar
los perros. Miré el reloj del celu: “18:06”. Me acordé de esa película donde un
golpe de luz convierte al mecánico John Travolta en alguien mentalmente superdotado,
capaz de leer quince libros en un día, revolear objetos mediante telequinesis, registrar
movimientos telúricos imperceptibles o aprender portugués en un viaje de veinte
minutos. Un ser cuya más poderosa ilusión continúa siendo sin embargo –y con
todas sus fuerzas– atraer el cariño de una mujer que le corresponde de una
manera algo huraña originada en las fallas sentimentales de su pasado. «Phenomenon»
forma parte de mi propia lista de Las películas de mi vida, como se titula uno de los
regalos de cumple que empecé a leer en estos días. Escribe allí el chileno Alberto
Fuguet:
«No es que hubiera mucho que olvidar. El asunto
no iba por ahí. Ojala el pasado estuviera lleno de esos hechos aislados y
tremendos que uno pudiera usar en un momento de desesperación como ases bajo la
manga a la hora de explicar por qué uno es como es. La gente cree que esos
hitos son terremotos, los momentos en que todo se vino abajo, pero lo cierto es
que siempre está temblando. Durante los terremotos la gente siente todo el
miedo que no siente cuando, en sus propias vidas, el piso se les mueve. Esto es
natural. El ser humano fue construido como un edificio antisísmico. A lo más,
intuimos que nos estamos moviendo mucho, porque algo malo está sucediendo, pero
algo nos protege de captar la verdadera dimensión. Por eso a la mayoría no nos
pasa nada. No nos pasa tanto. Algunos quedan con los cimientos dañados, aunque
lo cierto es que la mayoría sobrevive de lo más bien. Sólo años después algunos
captan que lo que les tocó fue una catástrofe, pero ya es tarde».
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