Al Luis Reinaudi lo conocí a través
de Enrique Vázquez apenitas llegué a Córdoba para estudiar periodismo, en
febrero de 1991. Me salió de garante para mi primer y mi segundo alquiler de
estudiante. Fue mi compañero de canto en el Coro del Colegio de Abogados de Córdoba.
Juntos fuimos a cantar a Bariloche. En una parada del camino, en Neuquén, me
llevó a la casa del Chito Zeballos, ante quien interpreté “Eclipse de mar”, mi
hit de aquel viaje. Su versión del tango “Fangal” supera incluso la de Edmundo
Rivero, en la cual se basa. Es profesor titular de la Facultad de Derecho de la
UNC. Es quizás el mejor abogado en lo laboral del país. Periodista de toda la vida. Mide dos metros, fuma pipa y es hincha de Ríver. Una de las personas más
encantadoras y fascinantes que conocí. Mi amigo me enorgullece y enorgullece a
mi Partido, que fue también el suyo, donde siempre lo recordamos con los abrazos
abiertos. Esta es su respuesta a una nota publicada en el diario Clarín el pasado finde.
Autocriticarse es bueno,
saludable, digno. Renegar no. En Clarín, edición del sábado 18, Jorge Sigal
toma como pretexto la muerte de Videla para continuar el ajuste de cuentas con
su pasado como militante -y en su momento destacado dirigente- del Partido Comunista.
No escribo para polemizar con él acerca de la posición del PC (al que también
pertenecí) sobre el golpe del 76 y la dictadura. Con toda seguridad él tenía un
acceso más directo a la cúpula partidaria.
Yo era por entonces militante sindical y profesional,
como abogado, en Córdoba. Recuerdo, sí, haber compartido con compañeros de
actividad una posición crítica sobre la falta de claridad y contundencia en las
posiciones públicas de la organización, pero tuve la suerte de no haber
recibido jamás un “informe” en el que se calificara al difunto presidiario como
democrático. No lo habría soportado.
Sigal se permite atribuir una imagen de
ingenuidad, cuando no de cobardía, a los militantes comunistas asesinados,
quienes según su calumniosa memoria, habrían muerto “ … con la credencial de su
partido en la mano tratando de convencer a sus captores de que el PC no tenía
nada que ver con los grupos guerrilleros”.
No es ése mi recuerdo. Es cierto que, con
genuino derecho, nos permitíamos exponer públicamente nuestra discrepancia con
quienes abrazaron la vía armada. No lo es menos que quienes nos calificaban
peyorativamente por esa posición, llegado el momento sabían que los abogados
comunistas defendíamos a los presos políticos cualquiera fuese su ámbito de actuación.
Pero refulge dolorosamente en mi memoria la
imagen de aquellos a quienes no pudimos defender, y como solo, único y
suficiente ejemplo me basta el de David Coldman, el Gordo, responsable de la
autodefensa del PC cordobés, quien resistió hasta la muerte el más siniestro
chantaje físico y moral sin suministrar una sola información a sus verdugos. Lo
que digo no es retórica: antes de ser asesinado y salvajemente torturado, debió
asistir al tormento y muerte de Eva y de Marina. Su mujer y su hija. No sé
dónde estaba Sigal entonces, pero cualquiera haya sido su heroico pasaje por
ese momento, tengo la certeza de que no legitima su liviano e irrespetuoso
presente.
Luis Reinaudi
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